Considerado mensajero de los dioses y emisario entre los vivos y los muertos, el volador más pesado del planeta es otro reclamo imprescindible. Especialmente en la Cruz del Cóndor, un mirador privilegiado donde este animal majestuoso, cuyo despliegue de alas puede superar los tres metros, ofrece un espectáculo único: el de quedar suspendido en el aire sobre sus espectadores, mientras sube y baja desafiando el abismo y traza elegantes parábolas frente a las paredes rocosas.
Es en este punto donde el valle se estrecha de forma significativa para dar lugar al famoso Cañón del Colca, esa brecha de 100 kilómetros en cuyas profundidades -3.400 metros de vacío- se abre paso el río Colca bajo verticalidades de vértigo. Un cañón injustamente considerado el más profundo del mundo -en realidad lo es su hermano Cotahuasi, también oriundo del sur peruano- y que, a diferencia del Colorado -que nació de la erosión de un río-, se trata de una falla geológica abierta por un terremoto.
En las inmediaciones de esta sima, y aprovechando el tirón de turismo, ya hace tiempo que las mujeres indígenas venden sus artesanías de colores. Pero lo hacen de manera tímida y callada, alejadas de toda estridencia comercial, para no perturbar la paz de este valle que está barnizado de misterio.